
El cambio climático es uno de los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo, y no afecta a todos por igual. A medida que el aumento de las temperaturas, las inundaciones, las sequías y otros desastres inducidos por el clima obligan a millones de personas a abandonar sus hogares, un número creciente de individuos se está convirtiendo en migrantes climáticos. Pero detrás de las estadísticas, yace una verdad crítica: la migración climática es un proceso profundamente marcado por el género.
En todo el mundo, las mujeres y las niñas enfrentan riesgos y desafíos únicos cuando el cambio climático altera sus vidas y medios de subsistencia. En muchas regiones, las normas de género, las expectativas culturales y el acceso desigual a los recursos les dificultan la adaptación o la migración segura. Como los hombres a menudo se trasladan primero para buscar oportunidades de ingresos, las mujeres se quedan atrás, soportando el peso de las responsabilidades del hogar mientras enfrentan crecientes riesgos ambientales. Incluso cuando las mujeres migran, están desproporcionadamente expuestas a la explotación, la discriminación y la violencia, incluida la trata de personas y la violencia de género.
En las zonas rurales, donde las familias dependen de los recursos naturales para alimentarse y obtener ingresos, los choques climáticos como las sequías y las inundaciones aumentan la carga sobre mujeres y niñas. Deben caminar más para recolectar agua y leña, dedicar más tiempo al cuidado de niños y ancianos, y luchar contra la inseguridad alimentaria. Este trabajo de cuidado no remunerado deja poco tiempo para que las mujeres se dediquen a trabajos pagados, participen en la toma de decisiones comunitarias o aprendan sobre estrategias de adaptación. ¿El resultado? Un ciclo de vulnerabilidad que atrapa a muchas mujeres en la pobreza y limita su resiliencia.
Las mujeres también enfrentan barreras sistémicas para reconstruir sus vidas después del desplazamiento. Tienen menos probabilidades de poseer tierras, acceder a servicios financieros o recibir protección social. La discriminación basada en la etnia, raza, edad, discapacidad o estatus migratorio agrava aún más su exclusión. Para las mujeres solteras, conseguir vivienda, empleo y atención médica suele ser más difícil, especialmente en lugares donde las estructuras patriarcales dominan la vida pública y privada.
A pesar de estos desafíos, las mujeres no son solo víctimas del cambio climático. También son poderosas agentes de resiliencia, adaptación y liderazgo. En muchas comunidades, las mujeres están a la vanguardia de la organización de respuestas locales a la degradación ambiental, abogando por la justicia climática y construyendo futuros sostenibles. Las mujeres migrantes envían remesas, apoyan a las familias y aportan conocimientos y fuerza vitales a las comunidades a las que se unen.
Para responder eficazmente a la migración climática, el género debe estar en el centro de las políticas y programas. Esto significa llevar a cabo análisis de género al diseñar estrategias climáticas y migratorias, invertir en una planificación de desastres con perspectiva de género e incluir a las mujeres, especialmente a las de entornos marginados, en los espacios de toma de decisiones en todos los niveles. Marcos como el Acuerdo de París, el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres y el Pacto Mundial para la Migración deben integrar plenamente las perspectivas de género para garantizar soluciones equitativas y duraderas.
En última instancia, abordar la migración climática con una perspectiva de género no es solo una cuestión de justicia, es una cuestión de eficacia. Si queremos construir sociedades inclusivas y resilientes, debemos escuchar y elevar las voces de las mujeres y niñas que están navegando en la primera línea de la crisis climática. No son solo supervivientes, son portadoras de soluciones, constructoras de comunidades y líderes esenciales en la configuración de un futuro resiliente al clima.
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